viernes, 15 de marzo de 2013


En Busca del Tesoro

Todos buscamos un tesoro en la vida. Karl comenzó su búsqueda una noche de verano, cuando sentado en su despacho, volvió a escuchar ese molesto ruido que continuamente interfería las comunicaciones entre Europa y América. Eran principios de los años 30 en Estados Unidos, el país estaba sumido en la Gran Depresión y la cruel realidad invitaba a explorar nuevas posibilidades. Las ondas radio eran la modernidad y el mundo empezaba a expandirse hacia la globalidad, o como ahora diríamos en sentido peyorativo, la globalización.

Karl trabajaba para la Bell Telephone Company en un proyecto dedicado a mejorar las comunicaciones transoceánicas. El principal problema eran las frecuentes interferencias que dificultaban, y a veces impedían, la comunicación con el interlocutor. Ya había conseguido identificar el origen de las interferencias más importantes, pero había una, la más débil, que no conseguía explicar. Era un ruido débil, que a veces se extinguía, pero siempre volvía otra vez. Tantas veces lo había oído, que casi podía predecir cuándo iba a aparecer. No podía deberse a un fenómeno transitorio como una tormenta sobre el Atlántico pues llevaba escuchándolo varios meses. Tampoco podía provenir de un lugar en la Tierra o en la atmósfera, porque desaparecía con la rotación terrestre. Su corazón rechazaba temeroso la única explicación que su cerebro apuntaba como válida: tenía un origen extra-terrestre. Sabía que era una locura pensar tal cosa, que todo el mundo iba a mofarse de él. A pesar de eso, su mente ardía de emoción ante tal posibilidad. Con la segunda guerra mundial cercana, Karl pensó que podría tratarse de una batalla entre civilizaciones alienígenas. También podría ser el SOS de un ser perdido en el espacio que vagaba buscando un hogar mejor. Atormentado a la vez que excitado por estos pensamientos, Karl persiguió aquel extraño ruido durante varios años hasta llegar a la conclusión más sorprendente de todas: lo que estaba oyendo no provenía de otro planeta del Sistema Solar, ni de una estrella cercana, sino del centro de nuestra Galaxia.

Esa noche Karl estaba esperando a que el ruido apareciera de nuevo. Debía aparecer exactamente a la hora predicha para así confirmar su teoría. Su inquietud era tal, que había pedido a su mujer que le acompañase en el momento decisivo. El ruido apareció y así, sin avisar y humildemente, como siempre empiezan las cosas importantes, comenzó una nueva etapa en el conocimiento del Universo. Las ondas de radio no solo habían logrado expandir el mundo hasta hacerlo global, habían expandido nuestro universo hasta llegar a los confines de la Vía Láctea.


A la memoria de Karl Guthe Jansky (1905 – 1950).