sábado, 31 de diciembre de 2011

Lluvia de estrellas


Habían invitado a unos amigos a cenar. Esa noche se esperaba una lluvía de estrellas y su casa en lo alto de la montaña era el lugar perfecto para verlas. Conocían a sus amigos desde hacía mucho tiempo. Se apreciaban. Se comprendían. Se mentían.
-¿Qué queréis tomar? - Alberto ofrecía una copa a sus invitados ya sentados en la terraza. - Ya sabéis lo que dicen, cada estrella es un deseo.
-A mí esas cosas me parecen tonterías- replicó su mujer.
Esa noche Alicia estaba particularmente irritante. Se había pasado toda la noche contando sus ideas sobre la vida, esas que contaba siempre que había invitados, esas que no habían cambiado en los últimos veinte años, esas que impresionaban a todos menos a Alberto. Porque Alberto sabía que ella nunca había sido tan rebelde ni tan valiente como pretendía, la verdad es que nunca se atrevió a salirse de la norma salvo en los discursos con que le gustaba impresionar a sus invitados.
Alberto era un hombre tranquilo, dedicado a su trabajo. Siempre dejaba lucirse a su mujer en las cenas y los acontecimientos sociales. Sabía que para ella era importante sentirse la protagonista en esas ocasiones. Ella no había tenido tanto éxito profesional como él y sólo en esas ocasiones se sentía importante. Alicia culpaba a menudo a Alberto de su fracaso profesional.
-Yo hubiera llegado más lejos como tú si no fuese por todo el tiempo que he dedicado a los niños ¿Cómo no vas a tener éxito si no haces otra cosa que trabajar?
Pero hoy Alberto estaba distraído. Venía de encontrarse con María, su amante. Nunca pensó que tendría una amante. El siempre se había tenido por un hombre honesto e íntegro. Pero hoy había sucedido. Y lo peor es que no se arrepentía. A pesar de que se había duchado y perfumado, aún sentía el olor de María en sus manos, y el tacto de su piel. Su mente seguía deslizándose por el cuerpo de María, disfrutando de su suavidad, de su ternura, de su amor. Desde la distancia de ese incipiente amor, ve a su mujer conversando con sus invitados y piensa que son los personajes de una película de cine mudo. Sus caras gesticulan, sus bocas se mueven, a veces se ríen, pero él no sabe de lo que están hablando.
El matrimonio de Carlos y María dista mucho de la felicidad conyugal que ella esperaba el día que se casó. Ella siempre había soñado con tener una pequeña casa en lo alto de la montaña, como la de Alberto y Alicia, con un jardín por el que corretearan un par de niños, y un pequeño cenador en el que compartir cenas con los amigos todos los fines de semana.
Carlos era alegre e ingenioso, pero inmaduro e irresponsable. Su única ambición era vivir a su manera, haciendo lo que le gustaba, sin responsabilidades que le limitasen. ¿Cómo se pudo casar ella con un hombre así? No lo sabía. Tal vez pensó que él cambiaría, que arropado por su amor, Carlos acabaría apreciando la bondad de la vida convencional y estructurada ¡Estaba tan enamorada en aquel tiempo! ¿Por qué no se habría casado con un hombre como Alberto? Con él, sí hubiese tenido la vida deseaba. Ahora ya no tenía remedio.
Mientras todos saboreaban sus bebidas, Carlos estaba contando historias asombrosas sobre estrellas fugaces, cometas y meteoritos que se chocaron contra la Tierra en un pasado lejano. Carlos siempre tenía una buena historia que contar y con la que hacer felices a sus amigos. Era una pena que María ya no las apreciase. El tiempo la había vuelto seria, aburrida, y, a decir verdad, frígida. Ya no tenía nada que ver con la mujer que un día lo sedujo y con la que se casó. Sabía que en algún momento tenía que replantearse qué hacer con su vida, y enfrentarse al hecho de que ya no la amaba. Pero ese no era el momento de lamentarse, sino el de disfrutar de la lluvia de estrellas.
-Mirad, allí va la primera estrella fugaz. Podéis pedir un deseo pero recordad, los deseos deben mantenerse en secreto para que se cumplan- Carlos señalaba el Norte con su dedo índice mientras hablaba. Nadie dijo lo que pidió esa noche, pero minutos más tarde un meteorito cayó sobre la casa y redujo a cenizas lo que había sido una perfecta velada de verano.