sábado, 31 de diciembre de 2011

Lluvia de estrellas


Habían invitado a unos amigos a cenar. Esa noche se esperaba una lluvía de estrellas y su casa en lo alto de la montaña era el lugar perfecto para verlas. Conocían a sus amigos desde hacía mucho tiempo. Se apreciaban. Se comprendían. Se mentían.
-¿Qué queréis tomar? - Alberto ofrecía una copa a sus invitados ya sentados en la terraza. - Ya sabéis lo que dicen, cada estrella es un deseo.
-A mí esas cosas me parecen tonterías- replicó su mujer.
Esa noche Alicia estaba particularmente irritante. Se había pasado toda la noche contando sus ideas sobre la vida, esas que contaba siempre que había invitados, esas que no habían cambiado en los últimos veinte años, esas que impresionaban a todos menos a Alberto. Porque Alberto sabía que ella nunca había sido tan rebelde ni tan valiente como pretendía, la verdad es que nunca se atrevió a salirse de la norma salvo en los discursos con que le gustaba impresionar a sus invitados.
Alberto era un hombre tranquilo, dedicado a su trabajo. Siempre dejaba lucirse a su mujer en las cenas y los acontecimientos sociales. Sabía que para ella era importante sentirse la protagonista en esas ocasiones. Ella no había tenido tanto éxito profesional como él y sólo en esas ocasiones se sentía importante. Alicia culpaba a menudo a Alberto de su fracaso profesional.
-Yo hubiera llegado más lejos como tú si no fuese por todo el tiempo que he dedicado a los niños ¿Cómo no vas a tener éxito si no haces otra cosa que trabajar?
Pero hoy Alberto estaba distraído. Venía de encontrarse con María, su amante. Nunca pensó que tendría una amante. El siempre se había tenido por un hombre honesto e íntegro. Pero hoy había sucedido. Y lo peor es que no se arrepentía. A pesar de que se había duchado y perfumado, aún sentía el olor de María en sus manos, y el tacto de su piel. Su mente seguía deslizándose por el cuerpo de María, disfrutando de su suavidad, de su ternura, de su amor. Desde la distancia de ese incipiente amor, ve a su mujer conversando con sus invitados y piensa que son los personajes de una película de cine mudo. Sus caras gesticulan, sus bocas se mueven, a veces se ríen, pero él no sabe de lo que están hablando.
El matrimonio de Carlos y María dista mucho de la felicidad conyugal que ella esperaba el día que se casó. Ella siempre había soñado con tener una pequeña casa en lo alto de la montaña, como la de Alberto y Alicia, con un jardín por el que corretearan un par de niños, y un pequeño cenador en el que compartir cenas con los amigos todos los fines de semana.
Carlos era alegre e ingenioso, pero inmaduro e irresponsable. Su única ambición era vivir a su manera, haciendo lo que le gustaba, sin responsabilidades que le limitasen. ¿Cómo se pudo casar ella con un hombre así? No lo sabía. Tal vez pensó que él cambiaría, que arropado por su amor, Carlos acabaría apreciando la bondad de la vida convencional y estructurada ¡Estaba tan enamorada en aquel tiempo! ¿Por qué no se habría casado con un hombre como Alberto? Con él, sí hubiese tenido la vida deseaba. Ahora ya no tenía remedio.
Mientras todos saboreaban sus bebidas, Carlos estaba contando historias asombrosas sobre estrellas fugaces, cometas y meteoritos que se chocaron contra la Tierra en un pasado lejano. Carlos siempre tenía una buena historia que contar y con la que hacer felices a sus amigos. Era una pena que María ya no las apreciase. El tiempo la había vuelto seria, aburrida, y, a decir verdad, frígida. Ya no tenía nada que ver con la mujer que un día lo sedujo y con la que se casó. Sabía que en algún momento tenía que replantearse qué hacer con su vida, y enfrentarse al hecho de que ya no la amaba. Pero ese no era el momento de lamentarse, sino el de disfrutar de la lluvia de estrellas.
-Mirad, allí va la primera estrella fugaz. Podéis pedir un deseo pero recordad, los deseos deben mantenerse en secreto para que se cumplan- Carlos señalaba el Norte con su dedo índice mientras hablaba. Nadie dijo lo que pidió esa noche, pero minutos más tarde un meteorito cayó sobre la casa y redujo a cenizas lo que había sido una perfecta velada de verano.

domingo, 23 de octubre de 2011

El centro del mundo

Todo comenzó inadvertidamente. Sara estaba en la ducha cuando sonó el teléfono y, como de costumbre, no llegó a tiempo de responder. Era Jaime, un antiguo compañero de trabajo ahora destinado en una lejana ciudad ¿Qué querrá Jaime? Hace mucho que no nos vemos, ni siquiera envía ya la cortés felicitación navideña que era habitual en los primeros años después de su marcha ¿Le habrá ocurrido algo? Sara estaba deseosa de saber el motivo de la llamada de Jaime.
-Hola Jaime, soy Sara, ¿me has llamado? - La verdad es que podría haber dicho algo más original.
-Hola Sara, sí te acabo de telefonear. Perdona que te llame después de tanto tiempo, pero es que me han invitado a dar una conferencia en Macumbo y me he acordado de tí ¿No eras tú de allí? He pensado que me podrías ayudar a preparar el viaje, aconsejarme qué lugares visitar, qué llevar, los mejores hoteles,... La verdad es que si no tienes otros planes, me gustaría que me acompañases. Yo nunca he ido y,..., bueno, preferiría ir contigo. Tienes tiempo para prepararte, es dentro de quince días. Podríamos salir el Viernes y pasar el allí el fin de semana.
Sara hacía mucho tiempo que no iba a Macumbo. Era el lugar donde pasó su niñez. Pero se marchó a los dieciocho años, una noche mientras la ciudad dormía, ignorada por sus vecinos que nunca advirtieron su ausencia ni la de su familia. Y nunca volvió ¡Hacía tanto tiempo de aquéllo! Ya no recordaba las causas y detalles de la huída. Lo único que sabía es que nunca había pensado volver.
-Bueno, no sé, hace muchos años que no voy por allí. Seguro que todo ha cambiado desde entonces. No creo que te pueda ser de ayuda.
-Insisto, Sara, me gustaría que me acompañases. Estoy seguro de que me podrás ayudar.
-Déjame que compruebe mi agenda y mañana te digo.
Sara colgó el teléfono pensativa. La inesperada llamada de Jaime parecía providencial ¿Habría llegado el momento de volver a Macumbo? ¿O simplemente es que Jaime aburrido buscaba una pequeña aventura? La verdad es que Sara era demasiado vieja para una aventura amorosa, los hombres con esas intenciones buscan mujeres jóvenes y atractivas. En un tiempo Jaime y ella habían sido buenos amigos, pasaban largas tardes trabajando en la redacción del periódico y siempre se despedían con un café en el bar de la esquina. Estaría bien volver a contactar con Jaime y saber cómo le va. Macumbo no era su lugar preferido en el mundo, pero allí estaba su origen y tal vez era el momento de re-conocerlo.
El Viernes por la tarde Jaime y ella partieron hacia Macumbo. A pesar de que el Instituto Nacional de Meteorología había anunciado una brusca bajada de temperaturas, hacía un día soleado, calmoso, que permitía disfrutar plenamente de los parajes que iban atravesando. Parecían estar disfrutando de un oasis de verano dentro de aquel largo otoño. Cuando llegaron a Macumbo, era cerca del mediodía. La ciudad se movía ralentizada mientras Sara y Jaime comenzaron a pasear por sus estrechas calles. Eran callejones oscuros con el sol al final del recorrido, pequeñas plazas donde un ramo de flores tendido en el suelo hablaba de un dolor reciente, imágenes de Vírgenes y Cristos a las que tantas veces Sara había pedido ayuda en su niñez. Pero hoy Sara no estaba triste, hoy brillaba con la luz de la felicidad.
-Mira Jaime, ésa es la casa en la que nací. Pensé que ya la habrían derruido después de tantos años.
-Por esta estrecha acera caminaba de la mano de mi madre mi primer día de colegio. Iba llorando. No sabía lo que me esperaba dentro de aquel edificio grande y vetusto pero presentía que no era algo bueno. Al traspasar el arco de la entrada, un hombre alto, con traje oscuro, me ordenó callar. Nunca más volví a llorar.
Jaime no osaba interrumpir a Sara. Se sentía cómodo a su lado y le conmovían sus palabras sinceras. Nunca la había oído hablar así en tantas largas tardes en la oficina del periódico. Las calles iban apareciendo ante ellos en el orden y con el ritmo que la narración de Sara requería, cerrándose al finalizar cada relato y abriéndose para dar entrada a la siguiente aventura.
-Este es el camino por el que paseaba con el primer hombre que amé. Era novio de mi mejor amiga y nunca fue consciente de mis sentimientos. Nunca me atreví a declararle mi amor, no tanto por lealtad a mi amiga, como por inseguridad en mí misma. No quería hacer el ridículo.
Cada calle era un historia, cada cruce, un encuentro, y cada farola, un amor que no llegó a ser en la temprana vida de Sara. Cada vez andaban más cerca el uno del otro, hasta que Sara cogió la mano de Jaime con la familiaridad con que los amantes habituales se acarician, sin ser conscientes de sus movimientos, porque la piel del ser amado es una continuación de su propio cuerpo.
-Siempre me ha dado miedo vagar de noche por las calles. Cuando salía con mis amigas, y volvía tarde, mi padre iba a buscarme y me seguía a distancia, escondiéndose por las esquinas para guardarme sin que ni mis amigas ni yo advirtiésemos su presencia. No me quería avergonzar. Pero yo lo sabía y me sentía segura sabiendo que él me acompañaba.
Aunque no habían planeado amarse, cuando regresaron al hotel estaba ya decidido que el amor sería el final de aquella noche, y el inicio de su nuevo futuro. Atrás quedaron sus vidas anteriores, sus problemas, sus hogares y sus aspiraciones. Nada parecía existir más allá de aquel día y las enmarañadas calles que rodeaban el pequeño parque, diáfano y cuadrado, donde se erigía el anticuado hotel donde se alojaban, con una palmera a la puerta, y una habitación con vistas.
Al llegar la medianoche, el suelo de Macumbo comenzó a curvarse lentamente siguiendo el ritmo de los cuerpos de Sara y Jaime. Los barrios de las afueras fueron elevándose formando colinas que rodearon el hotel. El movimiento fue extendiéndose al resto de planeta, modelando la superficie de la Tierra hasta formarse un enorme cuenco con Macumbo en su parte más inferior. Finalmente el gran cuenco terrestre se cerró cubriéndose la parte superior con una bóveda de estrellas. Cuando Sara y Jaime despertaron, el mundo ya había cambiado para siempre. Sara salió a la terraza, miró hacia abajo y supo que se encontraba en el centro del mundo.

sábado, 23 de julio de 2011

El Doble


Nunca le había gustado jugar. Esa noche se dedicó a observar a los animados clientes del casino con la misma curiosidad y distancia con que un entomólogo observaría a sus insectos. Sentado en un rincón del bar, veía cómo su mujer y su hermano se alejaban ansiosos por probar su suerte. Era sorprendente que a las personas les divirtiese la incertidumbre de unos dados, o que prefiriesen dejar su destino al azar ¿No es mil veces mejor dirigir nuestras vidas siguiendo unos principios basados en la razón, o a lo peor en las creencias? Siempre le había entusiasmado la música, y en sus clases en la universidad utilizaba la conocida metáfora de una orquesta para explicar la naturaleza y el Universo, y cómo los seres vivos forman un conjunto armonioso, regido por unas reglas inmutables, en el que cada instrumento tiene su propio sonido, pero todos juntos forman algo esencialmente distinto y grandioso. Esa misma idea la había intentado aplicar a su familia aunque con dudoso éxito.

Siempre, también, había sabido que en la naturaleza el azar tiene su lugar. Pero prefería obviarlo. Tómese por ejemplo la genética. Cuando dos seres se unen para formar uno nuevo, el resultado final se puede predecir por las leyes de la estadística que calculan todas las posibles combinaciones de un conjunto de genes, pero no por las universales leyes de la física, aunque estas últimas estuviesen en la base de todo. Para explicar estos temas en la universidad solía utilizar una metáfora literaria. Los genes son como las letras que forman las palabras, el número de letras es limitado pero el número de novelas que se pueden escribir es ilimitado. Para ser sinceros ésto no era matemáticamente cierto, al menos no si uno limitaba el número de páginas escritas. Con un conjunto de 28 letras, más los signos de puntuación, más los espacios en blanco, se pueden escribir muchos libros de 100 páginas, pero no un número infinito de ellos. Si un ordenador dedicara su procesador a hacer todas la combinaciones posibles de estos signos, escribiría todas las posibles novelas de 100 páginas que se pueden escribir en la lengua castellana, las más hermosas, y las más deplorables, la mayoría de ellas sin un significado concreto. ¿Pasaría igual con los genes? ¿Cuántas personas diferentes se podrían formar con los genes que porta la humanidad? ¿Cuál es el ser más perfecto que puede existir? ¿Qué probabilidad hay de que en la Tierra haya o haya habido una persona idéntica genéticamente a nosotros? ¿Se podría hacer un catálogo con todos los seres humanos posibles? Sería el Diccionario de la Humanidad.

Las ruletas seguían girando y los demás reían y apostaban su dinero animadamente. David se había hecho ya invisible para su familia. Y lo que es peor, su familia se había hecho ya invisible para él. Siguiendo con su extravagante reflexión, se dio cuenta de que no había considerado un detalle importante, las mutaciones. Las mutaciones introducen una nueva variable en el sistema y hacen posible la evolución. Finalmente, nuestra existencia puede que tenga algo que ver con el azar, con una mutación no planificada que cambiase para siempre el destino de los homínidos. Llegado a este punto su reflexión se había acabado, David se dispuso a tomar el último trago de whisky antes de ir a buscar a su familia. Ya era demasiado tarde y le dolía mucho la cabeza.

Ahora su mujer y su hermano abandonaban la mesa de juego para regresar. No iban solos, les acompañaba un hombre de mediana edad, bien vestido, desenvuelto, seguro de sí mismo. Juntos, parecían mantener una conversación animada. Cuánto le hubiese gustado a él tener esa apariencia, la de hombre que domina la situación, que juega en su terreno, que controla su entorno. En cambio, ahí estaba, sólo, escondido en las sombras, en la última mesa del bar. Cuanto más se acercaban, más conocido le resultaba el nuevo acompañante, tal vez fuese un amigo de su hermano. No, no era un amigo de su hermano, era él mismo, tenía su misma cara, sus mismas manos, su misma forma de andar. Tal vez fuese su doble, ése que hay ciertas probabilidades de que exista en otro lugar del mundo, ese que es idéntico a nosotros pero a su vez distinto, porque tiene otros padres, otra historia, porque ha hecho otras elecciones a lo largo de su vida, porque finalmente se ha construido una personalidad distinta. Tal vez, el azar hubiera hecho que ese hombre estuviera allí, hoy, en el casino, y su familia lo hubiese confundido con él. David, se levantó, pagó la cuenta, y se fue. Total, él nunca había sido feliz con su vida.

Licencia Creative Commons
Perdidos por Aurora Francia se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Basada en una obra en cuentos-celeste.blogspot.com.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://cuentos-celeste.blogspot.com.

Perdidos














Una mujer mira fijamente la pantalla de su ordenador mientras pulsa compulsivamente el icono que da entrada a los nuevos mensajes. No tiene correo. “¿Qué buscas mamá? ¿Por qué le das tantas veces? ¿Esperas algún mensaje nuevo?”. Marta, por supuesto, espera algo, una buena noticia. Un escueto correo felicitándola por ese premio que nunca va a conseguir. No es mala en su trabajo, pero está lejos de estar entre las mejores. Un mensaje anunciándole que está embarazada y que finalmente va a dar a luz a ese hijo que tanto deseó y nunca llegó a tener. Pero los embarazos no son posibles sin una relación de pareja y su edad es demasiado avanzada incluso para la maternidad adoptiva. Una carta de su editor felicitándola por tan excelente trabajo y anunciándole la pronta publicación de su primer libro. A su hija le gustan las historias que ella escribe, pero pretender gustarle a los demás es un objetivo demasiado ambicioso. Marta miente, “No espero nada, hija”.

Un hombre solo, escucha la radio escondido en la oscuridad de su dormitorio. Hace muchos años que acabó la guerra y los suyos no la ganaron. Desde entonces vive disfrazado de tendero complaciente y amante padre de familia. Al caer la tarde, escucha la emisora clandestina de los perdedores. Esa voz siempre dice lo mismo: “los vencidos en el exilio están a punto de cruzar la frontera, pronto tomaremos la capital y derrocaremos al dictador. La victoria está próxima. De este año no pasará”. Su mujer lo llama, “Rafael, ¿qué haces? ¿No vienes a cenar? Podrías hablar con nosotras en vez de encerrarte en el dormitorio con el aparato ése. Y siempre con los auriculares puestos, te vas a quedar sordo,”. “No te enfades mujer, ya sabes que necesito relajarme un poco después del trabajo y la música me relaja. Me pongo los auriculares para no molestaros”.

Una anciana viaje en un tren a un pueblo perdido en las montañas de los Alpes italianos. Lleva una flor entre las manos. Ha pasado ya mucho tiempo desde que sus cuerpos se abrazaron, desde que sus labios se besaron. Ella le dejó. No estaba preparada para una relación tan arriesgada. Nunca lo estuvo. Nunca estuvo preparada para nada arriesgado. Su nieto le enseñó recientemente cómo utilizar internet y cómo buscar personas en la red. “Pon un nombre, abuela, un nombre cualquiera y buscamos quién es, dónde vive, verás cómo lo encontramos”. Ella tecleó el único nombre que sabía, el único que siempre había sabido, el único que nunca podría olvidar, ¿qué otro nombre podría teclear? Y la pantalla se llenó de enlaces y direcciones. Y una pequeña reseña en un periódico local italiano. Vincenzo Benedittini estaba siendo enterrado ese mismo día, a esa misma hora, a unos 1000 km de distancia. “¿Ves qué divertido es ésto, abuela? El nombre que has puesto corresponde a una persona de verdad, que realmente existe, bueno que existía” . Sabe que ya nunca lo podré abrazar. Aunque estuviese vivo tal vez él ni siquiera la recordase después de tanto tiempo. Pero le dejará su flor, ésa que tantas veces le pidió. Con su frase: con amor, de Raquel.

Hoy llueve. Una lluvia suave, cortés, cálida, húmeda, envolvente, penetrante, embriagadora. Marta, Rafael y Raquel salen a la calle a pasear bajo la relajante lluvia. Las calles están vacías, nadie quiere mojarse, temen enfermar por la humedad y por el ligero frescor que imprimen las gotas de agua. Los tres vagan a paso rápido y con mirada decidida, ésa que llevan los que saben a dónde van. Pero al terminar la tarde los tres se han perdido. Solo el que tiene un destino, se pierde.

Licencia Creative Commons
Perdidos por Aurora Francia se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Basada en una obra en cuentos-celeste.blogspot.com.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://cuentos-celeste.blogspot.com.

lunes, 20 de junio de 2011

Varsovia



Un hombre espera en la estación de autobuses de Grenoble. Dentro de poco aparcará a su lado el autobús que le llevará al aeropuerto donde tomará el avión que lo devolverá a España. Hace años que visita esa ciudad con asiduidad por motivos profesionales. Ya no se siente extranjero, ni tiene que consultar mapas y horarios para saber dónde ir ni qué hacer. Puede moverse por sus calles con la misma facilidad que lo haría en Madrid. Por eso, no presta atención a las pantallas y entretiene los intervalos de espera leyendo “Muy interesante”.

Pero hoy algo llama su atención, delante de sí hay un autobús con un letrero en el que circula como goteando la palabra “Varsovia”. Nunca hubiera pensado que en esa estación se pudiese coger un autobús a Varsovia. Los autobuses que había visto en ocasiones anteriores solo hacían recorridos regionales. Varsovia estaba muy lejos. Por otra parte, ¿Cuánta gente en Grenoble estaría interesada en ir a Varsovia diariamente? Tal vez el autobús solo viaje una vez al mes. En cualquier caso, si él tuviera que viajar de Grenoble a Varsovia, lo primero que haría sería coger el tren de alta velocidad a París, y luego tomaría un vuelo a Varsovia. Lo vuelve a leer, ‘Varsovia’. Quería asegurarse de que no estaba soñando. ‘Varsovia’, en efecto no se había equivocado. Y de repente, siente unos deseos irrefrenables de subirse a ese autobús ¿Qué pasaría si se atreviese a subir? Dejaría atrás su vida rutinaria, su familia, su trabajo. Una vez en Varsovia, tomaría otro autobús, quizás a Moscú, o a Viena, o a Estocolmo, y así recorrería toda Europa ¿De verdad era tan fácil? No sería un recorrido como esos que organizan las agencias de viaje con un itinerario prefijado y los hoteles reservados. El itinerario sería desconocido y los lugares a visitar no estarían elegidos en función de su interés turístico sino de la programación de las diferentes redes de autobuses y del azar. Llegaría a una ciudad, miraría los letreros de los autobuses y se subiría a aquel que sus deseos le indicasen. Y así, hasta cansarse, o hasta encontrase a sí mismo que probablemente sean la misma cosa.

Siempre había mirado los mapas con fascinación ¿Sería posible visitar todos los rincones del mundo antes de morir? Desde luego, merecería la pena. Solo así podría decir que lo había visto todo. Ya sé, ya sé que nunca se ve todo, siempre quedaría el mundo microscópico, y los lugares fuera de nuestro planeta. Los paisajes también cambian con el tiempo. En cualquier caso, esa era la mejor aproximación a ‘verlo todo’ que él conocía y su sueño desde siempre.

Si esto fuese un cuento diría que ese hombre se subió al autobús y nunca más volvió. Pero no fue así. Pero lo cierto es que nunca olvidó ese día y frecuentemente lo rememora tratando de comprender por qué le había impresionado tanto ese letrero. Quizás le enseñó que a veces para conseguir nuestros sueños basta simplemente con tomar el primer autobús, y luego el segundo, y...

Han pasado muchos años desde ese día, y aún se pregunta si aquel letrero fue real. A pesar de que ha seguido visitando Grenoble frecuentemente, nunca volvió a ver otro autobús con ese destino. Podría visitar Varsovia en cualquier momento, pero le gustaría subirse a ese autobús que vio tantos años atrás. Este año se jubila y quiere obsequiar a su familia con un viaje por toda Europa. Viajarán en autobús y no fijarán el itinerario de antemano. Desde luego, pasarán por Varsovia.

Licencia de Creative Commons
Varsovia by Aurora Francia is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.

viernes, 25 de marzo de 2011

La Campana de Cristal


Voy a contar la historia de Flor y Javier. Flor era bella, delicada y frágil. Su vida transcurría en una campana de cristal. Todos los días, Javier levantaba la campana, regaba la tierra, acariciaba el tallo donde Flor se erguía, pulverizaba un poco de agua en las hojas, las limpiaba con ternura y volvía a cubrir la planta con su campana de cristal. Era entonces cuando Flor se quedaba rodeada de silencio y quietud mientras el mundo parecía moverse ignorándola a través del cristal. Flor fantaseaba con tener una vida tan excitante como la de Javier, llena de acontecimientos cruciales, peleas dramáticas, amores apasionados y planes ambiciosos.  

Algunos días Javier sacaba a Flor a pasear, la llevaba en el hueco que formaban sus  manos unidas frente al cuerpo y Flor veía tras los cristales las calles de su hermoso pueblo. Mientras caminaban, Javier le explicaba sus aventuras cotidianas. Flor oía la voz de Javier muy débil, amortiguada por el cristal de la campana. Tan lejana parecía la voz de Javier como  las historias que él narraba. Flor nunca había salido de su campana. Su conocimiento del mundo se reducía a la reconstrucción fantástica que hacía a partir de las anécdotas que contaba Javier. Flor lo escuchaba atentamente porque lo quería mucho. Pero el mundo de Javier era desconocido para ella  y cada vez se sentía más ajena a lo que él contaba y más encerrada en sus propios pensamientos. Con el tiempo Flor se había acostumbrado a oír la lejana voz de Javier y a asentir sin ni siquiera reparar en el significado de las palabras. Javier seguía hablando con entusiasmo sin percatarse de que el mundo de Flor era otro y en ese nuevo mundo él era tan irreal como esas figuras que se veían a través del cristal.

Un día Flor se escapó. Era el primer día de primavera y el sol brillaba alto en el cielo envolviéndolo todo con su calor. Javier levantó la campana como todos los días y se alejó para colocarla en su pie de madera antes de  empezar con el ritual de la limpieza diaria de Flor. Flor aprovechó esos instantes para abandonar su seguro hogar y adentrarse en lo desconocido.  El mundo exterior estaba lleno de sensaciones que  a Flor se le antojaban extremadamente intensas,  ruidos, olores, colores.  El roce del cálido viento sobre las hojas perturbaba profundamente su frágil naturaleza.  Todo era nuevo, desmedido, y estremecedor, y Flor se sentía embriagada por tanta sensación.

Flor tardó poco en aprender que el placer y el dolor son las dos caras de la misma moneda, y no se puede disfrutar de uno si no se es capaz de soportar el otro. Los días cálidos y luminosos venían sucedidos por noches frías y largas en las que Flor tiritaba escondida en una alcantarilla. Las alcantarillas también tenían intensos olores pero éstos no eran tan agradables. Los ruidos  que al principio le parecieron tan excitantes, se convirtieron en una verdadera tortura en sus noches de angustia en las que no podía  ni dormir, ni pensar, ni comer.

Flor encontró amigos que impresionados por su belleza y fragilidad le prestaron su protección. Durante unos días la llevaban siempre consigo prendida en la solapa de la chaqueta. La metían en un precioso jarrón con forma de obelisco cuando estaban en la oficina. Y la dejaban reposar en un florero junto a otras flores, cuando descansaban en casa. Pero la solapa de una chaqueta no es un sitio muy seguro para una criatura tan frágil. Era fácil caerse de la solapa y quedarse tendida en el suelo de un café, de un restaurante o en medio de un tumultuoso mercado.

Flor se sentía indefensa en un mundo tan violento. Cada día tenía más miedo a herirse en una de esas caídas o a helarse en una noche de frío.  Estaba cansada de sufrir.

Los días cálidos Flor vagaba por las calles intentando absorber la energía del sol. Necesitaba toda la energía posible para enfrentarse a la próxima adversidad que el destino le deparase. En uno de sus paseos, Flor pasó accidentalmente por la casa de Javier. Era mediodía. Javier no estaba, él nunca estaba en horario de trabajo, pero la puerta estaba abierta. Flor entró sigilosamente en la casa y anduvo hasta el dormitorio que durante tantos años habían compartido. Su campana de cristal estaba en el pie de madera. Javier la limpiaba todos los días aún cuando ella no estuviera y su cristal relucía bajo la luz del sol. Flor dudó un momento. Sabía que si ahora volvía a resguardarse bajo su campana de cristal, nunca volvería a sentir la brisa del viento, ni escucharía hermosas melodías, ni volvería a oler los aromas que tanto la habían hecho gozar. Pero también sabía que allí dentro, protegida por su reluciente cristal, no sufriría jamás. Con tristeza, decidió abandonar su aventura y lentamente, pero con decisión, Flor se posó sobre su maceta, y se cubrió de nuevo con la campana de cristal.

Javier la recibió con el corazón abierto.  Pensó que todo había vuelto a la normalidad y se llenó de felicidad. Pero en la vida no hay segundas oportunidades y las líneas del destino nunca forman curvas cerradas. Desgraciadamente Flor ya no disfrutaba con sus cuidados. Tampoco le gustaba compartir con él la habitación que durante tanto tiempo había sido su morada. Ya  no fingía escuchar sus historias con interés, ni le acompañaba en sus paseos por el pueblo. Aún así, Javier era feliz. Le bastaba con contemplarla y hablar a esa silenciosa campana. Javier la ponía en el alféizar de la ventana todos los días. Su belleza, enmarcada por la campana de cristal,  provocaba la admiración de todos los transeúntes. Incluso el Sol se enamoró de ella. Sol esperaba con impaciencia esa hora en que sus rayos incidían sobre la campana de cristal y Flor comenzaba a relucir. Sol nunca comprendió que estaba enamorado de su propio reflejo, ni llegó a saber cuán distinto era éste de la flor que se escondía en su interior.

Desde ese lúgubre día en que todo volvió a la normalidad, el mundo de Flor se redujo al pequeño volumen de aire que cubría la campana. Pocas veces echaba una mirada a través de los cristales. Agradecía no oír los ruidos de ese exterior del que ya nunca volvería a disfrutar Cuando Javier murió, Flor se trasladó al Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Aún se la puede ver en una de las estanterías de la segunda planta, acompañada de todas las especies vegetales del planeta. ¿La has visto alguna vez?.





Licencia Creative Commons
La Campana de Cristal por Aurora Francia se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en cuentos-celeste.blogspot.com.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://cuentos-celeste.blogspot.com.

martes, 22 de marzo de 2011

La Pulga María



La pulga María vivía en una pequeña cocina. La cocina tenia baldosas blancas y negras dispuestas como en un tablero de ajedrez. No era muy grande. Desde abajo no se veía casi nada. Sólo se veía una mesa alta con patas cuadradas. María había vivido siempre allí  y llevaba una vida plácida. Le gustaba pasear por las baldosas blancas, eran más bonitas que las negras y además contrastaban con el color negro de su cuerpo. No le gustaba perderse en el negro inmenso de las baldosas negras en las que cualquiera la podría pisar sin percatarse ni siquiera de su existencia. El suelo estaba normalmente frío. Había sin embargo una hilera de baldosas más templaditas que cubrían las tuberías por las que circulaba el agua caliente. Cuando María tenía frío, las baldosas calientes dirigían su paseo. María tenía una buena familia. Su madre le contaba bonitos cuentos antes de dormir, le gustaba leer, ver películas e imaginar cómo sería su vida de mayor. A pesar de que para las pulgas no es fácil conseguir comida,  a ella nunca le faltaba.


María miraba continuamente la mesa alta en el centro de la cocina y sentía unos deseos irrefrenables de trepar por sus patas. No sabía qué habría en la parte más alta, ni si lo que allí hubiera la haría feliz, pero todos los días soñaba con poder subir. No quería decir a nadie su propósito. Pensaba que sería más fácil conseguirlo si lo mantenía en secreto.

Los cuentos invadían la mente de María. María se sabía de memoria la historia de la pulguita David y la cucaracha Goliat. David era muy pequeñito, pero aún así se enfrentó  y venció a la enorme cucaracha Goliat. Para ello solo  usó su tirachinas y su gran pericia. David era una pulguita buena y Goliat una cucaracha asquerosa y mala. David era también muy astuto. María era una pulguita muy buena, siempre cumplía con todos sus deberes, y era astuta. Ella también vencería en sus propias batallas. A María también le gustaba la historia de la mosca Aladino. Aladino era un príncipe que sobrevolaba un mundo exótico en una alfombra mágica acompañado por su amada. María siempre se había preguntado para qué querría una mosca una alfombra voladora. Aún así, la historia era bonita.

Un día apareció en una baldosa blanca, un gran saltamontes verde. El saltamontes Pedro se había colado por la ventana huyendo del invierno. Pedro era grande y podía dar grandes saltos, era el insecto más fuerte que María hubiera visto jamás. Pedro y María pronto se hicieron grandes amigos. Pedro había visto mucho mundo, había saltado por  todos los campos y tenía un exhaustivo conocimiento de la flora y fauna del jardín. Pero Pedro no sabía historias tan divertidas como las que contaba María. A Pedro le gustaba escuchar a María relatando el duelo del pequeño David y  el gran Goliat, o los viajes exóticos de la mosca Aladino en su alfombra voladora, o la historia de Moisés que fue abandonado por su madre en una cesta en el río Nilo. Algunas de las historias que  María contaban no eran verdaderas.  A María nunca  le importó la fidelidad histórica de esos bonitos relatos. Para ella lo importante de un relato es lo que significa,  no la veracidad de su contenido. María pensaba que finalmente una nunca puede estar segura de saber la verdad.

Un día María le contó a Pedro el plan que había ideado para los dos. Ella se subiría en su lomo, y él la llevaría volando hasta la parte alta de la mesa. Una vez allí , ambos podrían salir volando por la ventana. Al principio Pedro se mostró entusiasmado pues creía que era una fantasía más de María, con la misma veracidad que algunas de sus historias. Pero esta vez María lo decía de verdad. Estaba decidida. El plan era demasiado ambicioso para  Pedro. A pesar de ser una pulga, María pesaba mucho para llevarla en su lomo siempre, pensó Pedro. Además el invierno había acabado, y él quería volver al jardín. Una pequeña pulga de cocina sería un estorbo a cielo abierto. Así que Pedro se marchó una calurosa noche en la que la ventana estaba abierta. Como Pedro era un caballero y le había cogido cariño a María,  le dejó escrita una poesía de amor como despedida

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso:
  no hallar fuera del bien centro y reposo,        
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso:
  huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,                      
olvidar el provecho, amar el daño:
  creer que el cielo en un infierno cabe;
dar la vida y el alma a un desengaño,
esto es amor; quien lo probó lo sabe
                                    Pedro Lope de Pega

María quedó desolada al leer el poema. Estaba sola en una baldosa negra en el centro de la cocina, con el manuscrito de Pedro en una mano y la otra colgando, sin fuerza. Ahora la mesa le parecía más alta que nunca. Nunca conseguiría llegar arriba. Pero María era una pulga fuerte, y después de un día o dos de duelo, guardó el papel en un bolsillo y volvió a sus libros.

Ya no le gustaban tanto las historias de amor y las fábulas. Ahora prefería las grandes gestas, las guerras y las grandes  conquistas. Era emocionante leer como un puñado de hombres consiguieron cruzar el océano Atlántico en pequeños barcos y descubrir  un nuevo continente. O como todo un pueblo unido por sus ideas pudo luchar contra la monarquía y conquistar su libertad inaugurando una nueva época histórica. O como un marinero noruego pudo alcanzar el Polo Sur, recorriendo prácticamente la mitad del perímetro de la Tierra. María sabía que las pulgas no son tan grandes como los hombres, tampoco son tan inteligentes, pero trabajando juntas también podrían hacer grandes cosas. Sólo tenía que convencer a sus compañeras de que merecía la pena trabajar y luchar.

María empezó a dar grandes discursos en la misma baldosa negra en la que leyó la poesía de Pedro cuando se marchó. Ahora ya no le importaba que el color de la baldosa fuese el negro. Ya no tenía miedo de que la pisaran y, por raro que pueda parecer, recordar el momento doloroso de la partida de Pedro le daba la fuerza necesaria para recitar sus arengas con pasión. Quería convencer a sus compañeras de que debían escalar la gran mesa. Desde arriba, se podría ver toda la cocina, podrían descubrir nuevos lugares para dormir, encontrar nuevas fuentes de comida y, sobre todo, descubrir un nuevo mundo. Cosa rara entre las pulgas, a María le gustaba sentir la luz y el calor del sol, pero la mesa de la cocina tendía su sombra por todas las baldosas. Pedro le había contado muchas cosas sobre el césped que cubría el jardín, las flores que salían en primavera y la gran variedad de animales que se encontraban en el campo. Esos animales tendrían unos colores brillantes y luminosos. Las pulgas de cocina eran todas negras.

María siguió dando sus discursos un día tras otro. Todas las pulgas acudían a oír el discurso de María al final de la tarde. Las emocionantes palabras de María las hacía sentirse grandes y poderosas. Las llenaba de esperanza. Pero ninguna tenía la intención real de emprender la escalada que María proponía. La mayoría de las pulgas son muy temerosas y prefieren no cambiar de casa durante su corta vida. Su filosofía es “mientras estemos bien, ¿para qué cambiar?”.
Siguiendo con su plan, María reunió el equipo necesario para la escalada, estudió cada una de las cuatro patas de la mesa y preparó la estrategia para la ascensión. Recorrer toda la pata llevaría mucho tiempo, no se podía hacer en una sola jornada. Lo importante era elegir una pata con muchos salientes. Las pulgas subirían de una en una, y cada una pasaría la noche descansando en un saliente. Al día siguiente, cada pulga subiría hasta el saliente siguiente. Al final todas las pulgas estarían en la superficie de la mesa. María subiría la primera y prepararía el campamento para las otras. Habría que buscar un lugar discreto para dormir y algo para comer. María podría hacerlo antes de que llegasen sus compañeras.

Y llegó el día de la escalada. María reunió a todas las pulgas y empezó a darles las instrucciones a seguir una vez ella hubiera iniciado la escalada. Ninguna pulga se atrevió a decirle que no la iban a seguir, ¡María estaba tan ilusionada! De esta manera  María empezó la escalada en solitario ignorando los planes del resto de sus compañeras. Pronto constató que las demás pulgas no la seguían. Se entristeció. Sus compañeras habían desertado.

María había estado toda su vida esperando ese día y ahora no podía abandonar. A pesar de lo difícil de la situación, debía continuar. María reunió todo el valor que le quedaba, lo metió en el mismo bolsillo en el que tenía la poesía de Pedro y continuó su aventura, ahora ya sin ayuda. Tal vez esa era la manera en la que tenía que haberlo hecho desde el principio, pensó María. No se puede esperar que las demás te ayuden a conquistar tus propios sueños. María prosiguió la escalada con decisión. Pero cada día estaba más cansada. La vida de las pulgas es muy breve, y María se había hecho vieja. Tenía las patas muy débiles y su vista ya no era la de antes. Cuando subió el primer centímetro se dio cuenta de que el esfuerzo que le iba a suponer llegar hasta arriba, podría ser demasiado. Aún así, prosiguió. No había otra cosa que ella quisiera hacer en esta vida, no tenía elección. Subía despacio, poquito a poco, los ancianos se mueven con lentitud, pero sin descanso.  

Después de un mes María había llegado a la mitad de la pata izquierda delantera de la mesa cuando sus fuerzas estaban a punto de extinguirse. Se encontraba en un espacioso saliente del lado de la ventana. Allí los rayos del sol llegaban con facilidad y se podían ver el cielo y las hojas de los árboles a través de los  cristales. Por la noche, se veían la luna y las estrellas. Esa noche, mientras observaba las estrellas, María supo que ya no iba a poder seguir más. Sus patas definitivamente no querían andar y su corazón latía cada vez con más dificultad. Por su mente pasaron las personas y personajes que habían llenado su vida, el pequeño Goliat, la mosca Aladino, Pedro el saltamontes, los conquistadores españoles y tantos otros más. Pero sobre todo recordó un libro que su madre le había leído hacía ya mucho tiempo, “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”. Ese hombre escuálido intentaba luchar contra todas las injusticias de este mundo aunque la batalla estuviese perdida de antemano. Nunca desfallecía. Las cosas cotidianas, incluso las más feas y denigrantes, adquirían grandeza al pasar por sus ojos convirtiendo así, chozas en castillos, cortesanas en princesas. Y siempre acompañado por su fiel, prosaico y pragmático criado, Sancho Panza. María siempre se había sentido Don Quijote. Pero esta noche, por primera vez en su vida, se sentía Sancho Panza. O tal vez no. Tal vez era Alonso Quijano, tendido en su lecho de muerte, cuando sanado de su enfermedad descubre que toda su vida había sido solo un sueño, su sueño. En ese momento María cerró los ojos y cayó. Nadie se dio cuenta de la caída, pues había caído en una baldosa negra. En todo caso, habría dado lo mismo. Ya nadie se acordaba de ella. Como he dicho antes, las pulgas tienen una vida muy corta. Y la memoria, también.














Licencia Creative Commons
La Pulga María por Aurora Francia se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en cuentos-celeste.blogspot.com.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://cuentos-celeste.blogspot.com.